The PEN Ten is PEN America’s weekly interview series. This week, Viviane Eng speaks with Elena Medel, a Spanish poet, translated from Spanish to English by Lizzie Davis.

headshot of Elena Medel

1. ¿Cuál fue el primer libro o escrito que le impactó profundamente?
Con trece años descubrí la poesía de Federico García Lorca. Me regalaron una antología de la generación del 27, y encontré en ella los versos de Poeta en Nueva York. Me ocurrió como cuando escuchas una canción en un idioma que no conoces: el tono de la voz, la música, los falsos amigos… te permiten (re)construir un mensaje propio. Tuve también la sensación de que yo podía utilizar aquellas mismas palabras para comunicarme con mi familia o con mis amigas, pero a la vez aquellas palabras formaban parte de un idioma distinto: el de la poesía. Y yo quería aprenderlo, así que comencé a escribir poemas.

2. ¿Cuál fue una experiencia temprana en la que aprendiste que el lenguaje tenía poder?
Siempre me he sentido mucho más cómoda escribiendo que hablando. Creo que la escritura nos permite comunicarnos de otra forma, con otro tempo y con otras actitudes; incluso con otro gesto casi físico. Escribir conlleva reflexionar, corregir si las palabras que hemos escogido no se ajustan a nuestras intenciones. Durante un tiempo pregunté a toda la gente con la que me cruzaba cuál había sido, en su infancia, su primera palabra: me interesaba mucho esa decisión fortuita, que no responde a un pensamiento sino al estímulo externo; lo que escuchas, lo que te repiten… La mía, por ejemplo, fue «papá». La de mi hermana, «Lena», una deformación de mi nombre. Ahí ya se produce un contacto emocional, creo: un primer ejemplo de poder desde el lenguaje. Creo que todas —o casi todas— nuestras decisiones son políticas, así que creo al mismo tiempo que cualquier intento de comunicación es un ejercicio de poder.

3. ¿Cómo desarrolló la idea que finalmente se convirtió en Las maravillas? ¿Cuándo supo que tenía entre manos el comienzo de una novela completa?
Aunque es la primera novela que publico, es la cuarta que escribo. En esos tres intentos anteriores, y también en algunos relatos inéditos, aparece siempre un personaje: Alicia —o alguien que se le parece—, en distintos momentos de su vida, pero con rasgos similares. Me planteé qué me interesaba sobre ella, y escribí el borrador del capítulo “El reino”. Cuando lo terminé, no me había brindado respuestas sino más preguntas: quién es Alicia, qué le sucede después de ese momento, quién es su madre y quién es su abuela, etcétera. A cada personaje me acerqué desde los temas que siento más cercanos, y que aparecían en mis poemas y mis artículos: la clase social, el dinero, la precariedad —laboral, económica, emocional—, el género, etcétera.


Creo que la escritura nos permite comunicarnos de otra forma, con otro tempo y con otras actitudes; incluso con otro gesto casi físico.


4. Las maravillas es una historia multigeneracional que pone de relieve un siglo de movimientos feministas españoles. El libro explora especialmente las intersecciones de la clase y el activismo, y se empeña en ilustrar que para muchas mujeres de clase trabajadora el derecho a la protesta es un lujo inaccesible. ¿Cuáles son algunos de los iconos actuales e históricos de las luchas feministas en España que más le han inspirado para escribir este libro?
No soy historiadora sino escritora, de forma que mis inspiraciones en este sentido tienen mucho que ver con experiencias culturales, investigaciones autodidactas… Durante la recta final de la escritura de Las maravillas, cada día intentaba leer al menos durante media hora, igual que una deportista calienta antes de entrenar o competir, para fijarme en el tono y el estilo de escritoras a las que admiraba: quisiera mencionar a algunas autoras de la posguerra, cuya vida y cuya obra quedó marcada por la dictadura franquista. Narradoras como Concha Alós, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Dolores Medio, Elena Soriano… o la poeta Ángela Figuera Aymerich, de cuyos libros aprendí cómo abordar la política desde los espacios —simbólicos, físicos— de la intimidad. Y hay varios acontecimientos históricos sobre los que me gustaría escribir algún día, vinculados a los motines del pan que se vivieron —sobre todo en Europa, también en India, Japón o México— desde el siglo XVII: revueltas populares iniciadas en muchos casos por mujeres que reclamaban poder alimentar a sus familias. Por ejemplo, el motín del hambre de Córdoba —en 1652— o la rebelión de las Faeneras, en Málaga y en 1918, esta con un marcado carácter obrero.

5. ¿Qué momento de frustración ha encontrado en el proceso de escritura, y cómo lo superó?
Mi principal frustración tiene que ver con el tiempo —y con la calidad del tiempo— que el trabajo me permite dedicar a la escritura. No tanto problemas con personajes o tramas, como el hecho de no encontrar momentos ni energía para escribir o corregir, porque tengo que trabajar o me encuentro demasiado cansada, o la incapacidad para mantener —por estas mismas razones— cierta constancia que yo necesito para afrontar una novela. Lo repito siempre: no escribimos los libros que queremos escribir, sino los libros que podemos escribir. En mi caso, terminé Las maravillas desapareciendo durante largas etapas de la vida de mis seres queridos, sacrificando mi ocio y durmiendo muy poco.

6. ¿Cuál es el papel de una escritora en una época de agitación social? ¿Polarización? ¿Democracia en declive?
Me cuesta responder acerca del rol de quienes escribimos porque me cuesta mucho pontificar sobre una actitud: confío en la libertad de cada cual para escoger de qué forma se enfrenta a la escritura, qué desea plasmar en sus textos y cómo. Sin embargo, como te decía antes, creo que todo es político; incluso quienes niegan la ideología de sus libros muestran un posicionamiento al respecto. Me interesa la posibilidad de “hacer pensamiento” en mis libros; pensamiento ideológico, por supuesto, y literatura política, sin duda. Al mismo tiempo, creo que existe un profundo clasismo en la figura de la persona intelectual como voz autorizada para opinar sobre cualquier tema, aunque lo desconozca: no creo que, por el hecho de ser escritora, lo que yo piense sobre algo deba escucharse con mayor atención que lo que piense alguien con cualquier otro oficio. Debemos escuchar más y hablar menos.

7. Las maravillas está siendo traducida a quince idiomas. Describa su experiencia de trabajo con sus traductoras: ¿suele trabajar muy estrechamente con ellas, o prefiere no intervenir?
Siempre me adapto al deseo de cada traductora o traductor. Si necesitan plantearme dudas, las resuelvo encantada; si prefieren trabajar por su cuenta, también me parece bien. Mi experiencia con Las maravillas ha sido muy variada: desde traducciones en las que hemos mantenido un contacto constante, a otras versiones con cuyos responsables jamás he hablado. Entiendo la traducción como una reescritura: en el libro se reflejan mis ideas, pero las palabras pertenecen a quienes las han escogido. Continúa siendo mi novela, pero sobre todo es la novela de quien traduce.

8. Aunque Las maravillas es su primera novela, también es usted poeta, ensayista y autora de un libro infantil. ¿Cómo cambia su enfoque de la escritura cuando trabaja en un género o forma diferente?
El tempo de escritura varía mucho según el género. Cuando me dedico a un poema surgen una idea, una música, una imagen… y a las semanas otra, y a los meses otra, y poco a poco engarzo los elementos del texto, hasta dar con una versión inicial; el proceso se prolonga durante años. En el caso del ensayo, leo durante meses para documentarme, tomo notas, redacto con urgencia y amplío y reescribo en la larga etapa de reescritura. Y si escribo una novela desarrollo qué sucederá, preparo una escaleta que modifico conforme avanzo, intento bloquearme ratos cada día para no perder el hilo de la historia… Son procesos tan diferentes que, cuando me siento a escribir, ya sé en qué molde encajar cada idea. No suele ocurrirme que un poema derive en una novela, o que un relato se transforme en un ensayo.

9. ¿De qué otros autores eres amiga? ¿Cómo te ayudan a ser mejor escritora?
Tengo amigas y amigos que escriben, que ilustran, que trabajan en el sector editorial, pero también amigas profesoras y veterinarias, amigos cocineros y administrativos… Nuestras conversaciones enriquecen mis textos, porque me permiten abordarlos desde puntos de vista diferentes, en ocasiones muy ajenos al mío. Hablaba antes del clasismo en torno a la figura del intelectual, y para mí es igual de valiosa la opinión sobre mis manuscritos de mis amigos que escriben que de mis amigos con cualquier otra profesión o afición. Es inevitable que algunas experiencias, y algunas dudas, las comprenda mejor alguien que vive un proceso similar al mío con la escritura, pero no siempre sucede así.


“No soy una persona demasiado optimista. Sin embargo, cada vez confío más en la gente que, antes de hacer o de hablar, piensa en el efecto que tendrán sus acciones o sus palabras; que, antes de decidir, cuenta hasta cinco.”


10. ¿Qué es lo que te ha dado esperanza en estos días?
No soy una persona demasiado optimista. Sin embargo, cada vez confío más en la gente que, antes de hacer o de hablar, piensa en el efecto que tendrán sus acciones o sus palabras; que, antes de decidir, cuenta hasta cinco.