The PEN Ten is PEN America’s weekly interview series. This week, Jared Jackson speaks with Samanta Schweblin, author of Little Eyes (Riverhead Books, 2020), translated from Spanish to English by Megan McDowell, who also translates the novel.
1. ¿Cómo dirías que tu escritura navega la verdad? ¿Cuál es la relación entre la verdad y la ficción?
“Solo se cree en la verdad cuando alguien la ha inventado como es debido,” siempre recuerdo esa frase de George Santayana. Quizá las cosas en las que creemos son también las que hemos elegido, y cuando pienso en el daño que pueden causar las creencias, casi tengo el impulso de desprenderme de todas mis “verdades.” Pero en el acto de la escritura me siento más segura. Me gusta pensar en cualquier maquinaria narrativa como un circuito emocional, un circuito emocional que el escritor y el lector recorren juntos, paso a paso y mano a mano. Cuando un escritor escribe “los zapatos de tu madre están sobre la almohada,” hay un lector que piensa en un único par de zapatos, los de su madre. Probablemente sepa cuánto pesan, de qué material son, cómo huelen, y hasta cuánto duele verlos sobre la almohada. Esas verdades son las que busco en la escritura. Y son intangibles, suceden solo en diferido, en la soledad del lector.
2. ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Cómo mantienes el impulso y la inspiración?
Lo primero que aparece es un sentimiento, un estado emocional. Es algo específico, un malestar o un anhelo del que ya no puedo desprenderme. Cada vez soy más consciente de este primer estado de una idea, que en mis primeros años de escritura pasaba completamente desapercibido. Entonces pensaba que tener una idea era tener un personaje, un argumento, o una imagen de partida. Hoy siento con mucha claridad este estado previo, anterior al acto de escritura. Limpia todas las distracciones, y me focaliza con más precisión en qué es lo que estoy buscando. Al final, el material que pone en marcha la escritura siempre aparece. Los argumentos, las imágenes, los personajes, aparecen y sirven como puentes entre esa emoción primera que tuve, y la emoción a la que quiero llevar al lector, la emoción final del texto que estoy escribiendo. Cuando pienso que lo importante es la emoción final, todo lo demás pierde su peso, se vuelve prescindible: puedo deshacerme de todo, cambiarlo todo cuantas veces quiera, porque a lo único que estoy atada es a la emoción final.
“Cuando pienso en el daño que pueden causar las creencias, casi tengo el impulso de desprenderme de todas mis ‘verdades.’ Pero en el acto de la escritura me siento más segura. Me gusta pensar en cualquier maquinaria narrativa como un circuito emocional, un circuito emocional que el escritor y el lector recorren juntos, paso a paso y mano a mano.”
3. ¿Cuál es un libro o texto que amas que quizás nuestros lectores no conozcan?
Este año leí una nouvelle de Theodor Kallifatides, un escritor sueco de origen griego, Another Life, que me pareció tan hermosa, pequeña, verdadera y reveladora, que tuve que volver a leerla en cuanto la terminé. Podría ser un libro especialmente interesante para autores que viven fuera de sus culturas o sus lenguas, como es mi caso, o simplemente para cualquier migrante. Sus reflexiones sobre la amistad, la lengua materna, el autoritarismo, el amor, la nostalgia. Es un libro precioso que creo que, al menos en la lengua en español, ha pasado desapercibido.
4. ¿Cómo pueden influir en movimientos de resistencia los escritores?
Desde su condición de civiles, de ciudadanos. Pero con una gran ventaja: algunos escritores tienen un nivel de visibilidad mucho más importante que el que puede tener un ciudadano común. A veces la ficción no puede sostener las opiniones políticas de sus autores, y creo que está bien que así sea. Pero hay que intentar que las entrevistas, los eventos, las lecturas, sean medios para plantear estos temas. En mis textos, podría inferirse algunos de los temas que a mí personalmente me preocupan, como las nefastas regulaciones que Argentina tiene de los agrotóxicos en los campos, con los que están muriendo miles de personas, o el dolor y las muertes de tantas mujeres argentinas, que aún no tienen completo derecho sobre sus cuerpos, y luchan todavía por la legalización del aborto. Como no siento que los textos soporten más que esa inferencia, trato siempre de hablar de estas cosas de un modo más directo en las entrevistas.
5. ¿Cuales consideras las mayores amenazas a la libertad de expresión hoy en día? ¿Has pasado por momentos en que tu derecho a la libertad de expresión ha sido amenazado?
Formalmente no he vivido aún ninguna censura. Pero quizá por su trabajo de hormiga, la censura informal hecho por “las buenas intenciones” de los ciudadanos, haga tanto o mas daño también. Me ha pasado varias veces, que he intentado leer para alguna lectura en colegios o secundarios mi cuento “Conservas,” que habla claramente sobre el aborto, y los profesores me han sugerido delicadamente que mejor sería optar por otra lectura. O también, un festival en Israel en el que una entrevistadora me sugirió eliminar unos comentarios sobre la libertad de las mujeres de elegir no ser madres. Ese tipo de pequeños mordiscos a las libertades de expresión sí los he vivido y los sigo viviendo.
“Al final, el material que pone en marcha la escritura siempre aparece. Los argumentos, las imágenes, los personajes, aparecen y sirven como puentes entre esa emoción primera que tuve, y la emoción a la que quiero llevar al lector, la emoción final del texto que estoy escribiendo.”
6. ¿Qué consejos darías a los escritores jóvenes?
Leer. Pero leer con verdadera atención. Leer intentando entender qué ocurre en el cuerpo y en la cabeza palabra tras palabra. Leer así “El búfalo,” de Clarice Lispector. Y luego leer así “La lotería,” de Shirley Jackson. Y luego leer así “El caballo en el salitral” de Antonio di Benedetto. Y luego volver a empezar.
7. ¿Porqué crees que la gente necesita historias?
Porque con las historias decidimos quiénes somos y en qué creemos. Y porque no hay ninguna otra tecnología tan eficaz como la literatura para testearnos a nosotros mismos, para enfrentarnos a nuestros peores miedos y ensayar reacciones, supervivencias, pensamientos. No hay ninguna otra tecnología que nos permita pararnos frente nuestros monstruos, verlos cara a cara, y regresar al mundo real ilesos. Ilesos y algo más: regresar con información vital, esa información sobre nosotros mismos y sobre la humanidad que luego puede cambiar nuestras decisiones, o nuestra forma de ver o relacionarnos con el mundo.
8. En tu novela Kentukis, cada kentuki, cada dispositivo, tiene una sola vida. Si se termina la conexión, el amo del kentuki recibe un mensaje con el tiempo total de conexión—que puede ser días o minutos. ¿Porqué quisiste incorporar este concepto de “muerte” como una característica de los kentuki? ¿Porqué no permitir que los kentukis se recarguen, se arreglen, o que otras conexiones sean establecidas?
Supongo que quería trabajar con la idea de la pérdida, la conciencia de que cada conección entre dos personas es única e irrepetible, y que, una vez que se daña -ya sea por cuestiones técnicas, morales, o lo que fuera-, ya no puede recuperarse. En el mundo tecnológico dos conexiones diferentes pueden pareser ser muy similares, pero en la vida real es mucho más claro como cada conexión que tenemos con un “otro” es única e irrepetible.
“No hay ninguna otra tecnología tan eficaz como la literatura para testearnos a nosotros mismos, para enfrentarnos a nuestros peores miedos y ensayar reacciones, supervivencias, pensamientos. No hay ninguna otra tecnología que nos permita pararnos frente nuestros monstruos, verlos cara a cara, y regresar al mundo real ilesos.”
9. Este es el tercer libro tuyo traducido por Megan McDowell. ¿Puedes describir la relación de trabajo entre ustedes dos? Para una escritora de textos tan inquietantes, surrealistas, y que dan tanto que pensar, ¿qué nivel de confianza debe existir entre escritora y traductora?
Cuando se empezó a hablar de quién traduciría mi primer libro, alguien del medio a quien admiro muchísimo y que siempre me da grandes consejos me dijo: “Megan. Si van a traducirte, tiene que ser con Megan McDowell.” Nunca antes había escuchado hablar de ella. Hoy me siento una privilegiada y estoy agradecida por cada uno de mis libros que ha traducido. Con cada libro, me llegan de Megan largos cuestionarios con preguntas detalladas, o más generales, dudas, comentarios, a veces incluso opciones de traducción para pensar juntas. Yo suelo contestar por escrito, o con WhatsApps, con fotos o dibujos. Megan es la lectora a la que más temo: nada se le pasa, si un error o alguna falla del texto se escapó de mis decenas de correcciones, de mis lectores amigos y de mis editores, Megan siempre termina encontrándolos.
10. En este momento todos estamos viviendo en aislamiento. Los individuos se encuentran separados de sus seres queridos mientras tratamos de parar la devastación de COVID-19. Considerando el horror y la humanidad evocados en tu novela, ¿crees que los kentukis serían beneficiosos o dañinos? ¿Hay una respuesta clara?
Serían beneficiosos si estuviéramos más educados y conscientes frente a los usos de la tecnología. La tecnología no es buena ni es mala. Es una herramienta neutral como tantas otras con las que nos hemos relacionado desde que logramos encender fuego o inventamos la lanza. Dos herramientas que han salvado tantas vidas, y que han hecho tanto daño. Aún hoy. Con dispositivos como los kentukis, quería pensar justamente en esto que preguntas. Es decir, la relación de un usuario con un kentuki no es la que uno tendría con un juguete, o un pequeño robot hogareño, o un dispositivo móvil. Un kentuki es la relación de un ser humano con otro. Si falla, sería muy ingenuo hecharle la culpa a la tecnología.
Samanta Schweblin is the author of the novel Fever Dream, a finalist for the Man Booker International Prize and the collection A Mouthful of Birds, longlisted for the Man Booker International Prize. She was chosen as one of the twenty-two best writers in Spanish under the age of thirty-five by Granta. She has won numerous prestigious awards throughout the world, and in English her work has appeared in The New Yorker and Harper’s. Her books have been translated into 35 languages. Originally from Buenos Aires, she lives in Berlin.
Megan McDowell has translated books by many contemporary South American and Spanish authors, and her translations have been published in The New Yorker, Harper’s, McSweeney’s, Words Without Borders, The Paris Review, and VICE, among other publications. She lives in Chile.